Cuando era pequeña, en mi casa había GOTELÉ, imagino que como en el 90% de las casas de los años 70, porque en el otro 10% seguramente había papel pintado, del que las esquinitas se iban levantando y niñ@s como yo, poco a poco iban levantando hasta que (la providencia, el destino o todo menos yo) había arrancado un buen jirón de papel.
Pero en mi casa, no había mucho papel pintado o encolado, mi familia, al menos cuando yo nací, era más de gotelé. En cambio en casa de mis primos -Uff, había una habitación con unos setenteros ramos de rosas de color rosa preciosos, si no fuese por el detalle de que el que los puso, puso los ramos hacia abajo, en fin, cosas de familia.
Y cuando veo el gotelé, vuelvo a mi casa, siendo una niña buscando las formas en esas gotas sobrepintadas una y otra vez cada año, de un blanco blanquísimo. Buscando formas de animales o de cosas que una niña pequeña podría reconocer… hasta entrar en un sueño profundo.
Y ahora, cuando lo veo me da añoranza de esos días, de dejarme ir con los pensamientos, buscando formas y no pensar en otra cosa que dormir, o en su caso jugar o trastear.
Por eso, cuando miro la pared de mi mesa de trabajo y veo el gotelé, sé quien soy y me acurruco en las sábanas de mi cama, aunque sólo sea mentalmente, y llega la paz.